Halloween, 1993

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En tercero de primaria, mi mamá me vistió de Drácula para el concurso del grado. El disfraz constaba de una capa negra con fondo rojo brillante que cubría mis hombros, y creaba un corbatín en el cuello, camisa blanca, pantalones largos, y unos colmillos de plástico. Para mejorar el efecto, pintó mi cara de blanco, de negro el contorno de mis ojos, y una simulación de sangre escurriendo del quicio de mis labios. Al verme espejo sentía que volaba de la emoción. Como último detalle, aplané mi pelo con una cantidad industrial de gel. Inadvertidamente fui un Bela Lugosi con raíces olmecas. Continúa leyendo Halloween, 1993

El incapaz

“Cuatrocientos mil changos no pueden estar en un error”, era el ardid publicitario que vendía, con fondo de orquesta, el mejor antidepresivo en píldora jamás inventado. Las farmacias estaban como taquerías: filas y dobles órdenes. “En la compra de dos combo-homínido, el agua Ciel de seiscientos es gratis”. Las personas se iban con risas histéricas, cuadritos en el abdomen y bronceadas. La FDA había prohibido la prueba de medicamentos en humanos, entonces los changos eran los héroes globales que bailaban para convencernos de la felicidad.

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