The Pierre

Rebeca Chacón, 2025

El siguiente cuento fue originalmetne publicado en la revista Grafografxs de la Universidad Autónoma del Estado de México:

Escogió Nueva York aunque no lo conocía en la vida real. Era la quinta vez que saltaba desde la punta del hotel The Pierre, justo frente al Central Park. En cada una de las cuatro simulaciones anteriores su porcentaje de éxito se acercaba al cien, por lo que había decidido llenar el formulario correspondiente para que la empresa le comprara su boleto de avión. Era otoño dentro de la simulación. Lo escogió así por una película cursi sobre una pareja que se reencontraba muchos años después de manera fortuita en esa ciudad y en esa época del año. Sintió náuseas al verla y pensaba que morir ahí sería la forma ideal de olvidar esa película. Mientras caía, el olor al musgo del follaje ambarino le llenaba los pulmones. En el aire vio a un hombre caer paralelo a ella. Ya había compartido simulaciones previas. El sacrificio en el Templo Mayor o ser crucificado junto a una figura virtual de Jesús eran tan requeridas que los usuarios suelen morirse rodeados de otros suicidas. Cuando la ataron a un poste desnuda y lanzaron una lluvia de flechas sobre ella estuvo acompañada por otros interfectos que en su escarmiento proferían gritos agónicos más enérgicos que los suyos. Se sintió juzgada y terminó la simulación con un porcentaje de predicción de éxito menor de setenta. Ese número le pareció bajo: la posibilidad de intentar matarse y fracasar le aterraba. Cuando encontró que Nueva York en otoño, en la cima de ese edificio, era una simulación exclusivamente para ella, sus porcentajes subieron acercándose al 100. «Soy una suicida solitaria», pensó. La certidumbre de perfeccionar su muerte le daba tanta tranquilidad que más de una vez se descubrió con una sonrisa en la cara.

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Birgilio

©Correopola

Es Birgilio, no Virgilio, se presentaba inventando una historia nueva cada vez que le preguntaban acerca de la b: mi papá tenía fobia a la letra v; el del Registro Civil era disléxico; la b es mejor que la v, y su favorita: la b es por Batman. Todas ellas estaban muy alejadas de la realidad. Mentía tanto que estaba convencido que logró olvidar el verdadero origen de su nombre, pero eso también era mentira: lo tenía tan presente que hacía miserable su existencia. La cruz de la b, escuché alguna vez que dijo.

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Episodio del enemigo, dos

Era la primavera del 2013. Apenas un año antes había decidido, a mis 26, que me dedicaría a la literatura después de un paso errante en el periodismo y otras mañas indecibles. En eso días estaba obsesionado con Borges. Recuerdo el orden en el que lo leí: El episodio del enemigo en mi adolescencia. Y en el 2012 y 2013: “La historia universal de la infamia” y a los días: “Ficciones”, y de ahí todo lo demás. Pero leer Tlön, Uqbar, Orbis Tertius me hizo entender mi pequeñez. Al terminarlo, tuve un impulso de destruirlo, de derrumbar al mito que yo mismo estaba creando en mi mente, y de ese ánimo destructivo, nació este cuento breve en el que parece que lo odio, pero en verdad, quise honrarlo. Sin saberlo, unos meses después, este texto aparecería en Papeles de la Mancuspia, y sería la primera vez que una obra mía estaría impresa en papel a la par de autores como Ángel Ortuño e Iveth Luna Flores. Ahora, doce años después de esto, lo dejo aquí para que lo lean:

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Desbastado, reseña de Tesis de la Soledad, por Donnovan Yerena

Este libro se me presentó como un recordatorio de que el fin es próximo, que la vida pasa y nos arrebata los pies y las manos hasta que queda un campo de piedras con sueños de alcanzar la plenitud. Este libro es un arrecife de corales que nunca termina de conectar con el mar. Este libro es la ventana al interior de un submarino que implosiona en el fondo de ese mar. El libro de Rodrigo es la hilacha del suéter viejo y descosido que se corre y estira y afloja y desenvuelve hasta dejarnos así: desnudos. A los ojos de todos. En la camilla final dentro de un anfiteatro, solos y a obscuras para encontrarnos repentinamente con miles de ojos expectantes.

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Cómo hacer una nube

Juan era ateo. Coleccionaba artefactos, fotografías y juguetes antiguos para tener presente lo efímero de la existencia. Los mercadillos dominicales del barrio eran ideales para sus gustos. Mientras esculcaba un baúl encontró un instructivo desgastado, pero en buen estado. Su título: Cómo hacer una nube. Qué extraño, pensó mientras lo leía:

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En pocos días va a reventar

Ilustrado por Correoppola

No he estado en una situación social en la que chupar un pito sea pertinente. O al menos eso creo. No lo deseo, pero sé que soy ajeno a ciertas costumbres humanas, en especial las sexuales. Tal vez sí he estado en una posición en la que dar sexo oral al hombre fuera lo correcto y no lo he hecho. Saber si soy deudor de sexo oral, a veces, no me deja dormir.

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El incapaz

“Cuatrocientos mil changos no pueden estar en un error”, era el ardid publicitario que vendía, con fondo de orquesta, el mejor antidepresivo en píldora jamás inventado. Las farmacias estaban como taquerías: filas y dobles órdenes. “En la compra de dos combo-homínido, el agua Ciel de seiscientos es gratis”. Las personas se iban con risas histéricas, cuadritos en el abdomen y bronceadas. La FDA había prohibido la prueba de medicamentos en humanos, entonces los changos eran los héroes globales que bailaban para convencernos de la felicidad.

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