La novela de Rodrigo me tomó por sorpresa. La leí en un día, un domingo mientras premiaban una película de bombas en medio del genocidio contra Palestina.
Como suele pasar, pensé que Dinero para cruzar el pueblo iba a ser algo y terminó siendo otra cosa. Conociendo a Rodrigo, sospechaba que se trataba de sexo, drogas, narcos, diablos, fútbol o animales en situaciones raras. No pensé que el tema de la maternidad atravesaría la novela, uno de mis tópicos favoritos. Ya se ha dicho que la piedra angular de México es la ausencia del padre, pero entonces, con la ausencia de la madre no hay cimientos que formen el eje de nuestra vida.
La novela se fragmenta en distintos tiempos narrativos, por un lado tenemos a Eusebio, quien lleva a cabo la hazaña del héroe o más bien, pretende ser el héroe, pero quiere salvar a alguien que ya no puede ser salvada. Es un Ulises que quiere regresar a una Ítaca que ya no existe. Por el otro, conocemos poco a poco a la mamá de Eusebio, Jade. Cada capítulo completa las piezas del rompecabezas, haciéndonos conocer su pasado en Tepoloa, cuando su padre quemaba billetes frente a ella y la gente pedía dinero para cruzar el pueblo.
Eusebio se siente como una cucaracha y de hecho, lo es. Su mamá escapa luego de una discusión, hartos de la vida que estaban teniendo. Jade escapa de las deudas, de las apuestas, pero también de un hijo inmaduro, que no sabe preparar de comer otra cosa que no sea mantecadas y café. No conoce el mundo real, no conoce la carencia, no sabe lo que es que te rompan en la infancia y luego pretender que nada pasó.
Cuando terminé la novela le escribí a Victoria Carreón y la comentamos. Le dije que no le quería decir tanto a Rodrigo porque luego se iba a emocionar. Las dos estuvimos de acuerdo. Pero es que hay varias imágenes que conmueven y en las que no dejo de pensar, en especial aquellas en las que conocemos la vida de Jade, nos adentramos en las entrañas de alguien que fue lastimada gran parte de su vida y sobrevivió como pudo: con hombres, casas bonitas o desarrollando una adicción patológica a los juegos de azar. Jade reconoce que le da mucha importancia al aspecto de su casa, comparando su físico con la decoración de su hogar. Su casa parecía que había salido de una revista, pero en el fondo seguía viviendo en la casa de madera en Tepoloa. Por más que intentemos escapar del pasado, el pasado siempre regresa.
Que Jade abandonara a Eusebio me hace pensar justamente en las maternidades imperfectas. ¿Nos asombra que una madre abandone a su hijo? Sí, pero me hizo reflexionar si por lo que se le juzga es porque se espera de ella es que permanezca en el ámbito privado, en el hogar. Me es difícil juzgar a Jade. Incluso Eusebio en algún momento reconoce que su mamá es humana, como él, también.
La maternidad imperfecta también aparece en Wendy, una mujer trans que es rechazada por su hija Raquel luego de transicionar. Eusebio encuentra en ellas compañía, una familia, una figura que supla el abandono de su mamá. Muy a lo Kerouak, Eusebio y Raquel se embarcan en el camino, para regresar al pueblo donde le dijeron que nació su madre, muy a lo Pedro Páramo, en un auto que uno de los esposos de Jade le regaló.
Dentro de toda la tragedia, hay unas escenas que iluminan y me hacen reconsiderar el lado sensible de Rodrigo al transmitir imágenes como un Mickey Mouse con un ojo azul, Jade dejando a uno de sus esposos como acto de amor, el mismo esposo que le construyó una casa a su mamá en Tepoloa y que cuando se empezó a construir sintió que algo renació en ella. Eso me pareció muy visceral, me hizo pensar en que imaginamos que cuando por fin hay una luz de esperanza, al final las cosas no salen como una quiere porque los demás se resisten a romper la tradición, o sea el silencio, el pacto, la normalización de la violencia.
Que me lleva a otro de los temas que destacan y son los traumas generacionales con los que cargamos, inevitablemente. Jade y Eusebio son víctimas del pasado, desposeídos de ternura para sobrevivir en este mundo hostil.
Desde el inicio Rodrigo supo captar mi atención con su prosa ligera, su lenguaje amplio y escenas como Jade en el casino en una máquina que grita bingo y ella no se inmuta a festejar, “sólo una máquina con una grabación de alegría actuada, créditos que sumaban y un hijo y su madre”. Las descripciones de las casas, las menciones a los espacios donde los personajes vivían crean una atmósfera que se puede casi palpar. Imaginamos junto a Jade las casas que ella soñaba con limpiar. Imaginamos la casa que construye y que luego destruyó. La imaginamos parada en esos escombros.
Pinche Rodrigo: Ya escríbete algo nuevo
Me he dedicado a trabajar en mi nuevo libro, pronto compartiré algo por acá. También en mis redes, como facebook y twitter. Aunque tienes razón, debería hacer un esfuerzo por meterle más carnita a este asador.