«Quisiera un mundo donde nadie desaparezca. Mucho menos ella»
En Flores artificales, el primer cuento del libro En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre de Julio Zatarain, hay: un joven que experimenta su primer amor, explotación laboral y sexual infantil, alcoholismo de un padre, la violencia intrafamilar que conlleva y la eterna búsqueda de redención, dealers asesinados en una esquina, balaceras, amistades que parecieran duraderas y otras endebles y la muerte, el dolor, el silencio. La hombría. Esta es la introducción al libro de cuentos ganador del premio nacional de cuento José Alvarado 2021, organizado por la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Las grandes obras, en vez de proponer respuestas, plantean preguntas sobre nosotros mismos. A través de los siete cuentos, el autor nos lleva por el desarrollo de jóvenes y padres en una comunidad que parece el infierno, pero es Mazatlán, es Sinaloa, es México. Un retrato fidedigno del quebranto de la inocencia, o tal vez, la ausencia total de ella. Comenzamos con la tristeza de la pérdida del primer amor, pero nos abandona en una realidad en la que sobrevivir es una lucha instintiva, rondando en lo nihilista. La pregunta que me quedó al terminar En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre fue: ¿qué futuro le espera a la niñez que crecer rodeada de la violencia más cruenta?
Con claros vínculos hacia el realismo sucio de Fante, Bukowski, Berlin y Carver. Con una prosa precisa y plagada de acción, diálogos concretos, una ambientación tangible e intertextualidad en la que un grupo de personajes profundamente entrañables, dañados y atados, entran y salen de los cuentos, Zatarain nos transporta a ese mundo que, a veces, imaginamos tan ajeno a nosotros aunque vivamos todos los días en él, lo leemos en nuestros periódicos, en las redes sociales, en las calles: mujeres asesinadas, niñas desaparecidas, ejecutados colgando de un puente y trailers llenos de cadáveres. Nos pleanteamos, tal vez, una ceguera temporal, una insensibilidad como método de supervivencia, nos excusamos de cierta manera porque no queremos detenernos a darnos cuenta que el sustento de nuetra consciencia depende de taparnos los ojos.
«Mi mamá cocinaba y quiso regañarlo (a mi padre) por pegarme, pero contestó que le pertenezco y si él quisiera me podía matar.»
Los cuentos de este libro, gracias a sus descripciones con tintes minimales pero no por eso menos poéticas, nos logra transportar a un Mazatlán que no es el malecón, ni el faro, ni la playa y sus montañas que emergen del mar, ni el departamento donde atraparon al Chapo. No son trocas, ni la tambora. Se aleja de cualquier arquetipo que la literatura del narco o del norte ha planteado en los últimos 30 años. Más bien, me paraece, que es una deconstrucción de un Bildungsroman en el que al final no conocemos el amor, si no una verdad trágica, porque nadie sobrevive, ni fisicamente o peor: en espíritu.
Me tomo el atrevimiento casi pueril de asumir una respuesta a las preguntas que me planteó esta gran obra: no existen héroes en México, no hay Saritas Garcías, ni Pedros Infantes, ni siquiera un Kalimán, esos son una invensión de la narcocultura televisiva, de la fantasía cinemática, la mitología de Chucho el Roto que sirve para llenar Netflix y los libros vaqueros. En México sólo existen víctimas de un país que nos ha fallado. Más allá de algún político, un policía o un militar. Este libro plantea la falla total de todos nosotros. El fracaso de nuestra concepción como ciudad, estado o nación. Como sociedad. Un rompimiento. Más allá de un retrato es un espejo en el que detestamos vernos. Y confirmo que eso no sólo le da valor a la obra, si no la proyecta a ser necesaria.
«Para mí no es más que comida para gusanos.»
Escribí este texto para la presentación del libro de cuentos ganador del Premio Nacional José Alvarado 2021, En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre de Julio Zatarain, en el marco de la UANLEER 2022.