De Músico, Católico y Frustrado

No me gusta escribir a mano. Soy partidario al cien de mi adorado procesador de textos. Algunos románticos incautos argumentarán sin razón el vínculo, la simbiosis o yo que sé mamada, para defender la escritura arcaica. Cuando imagino a Marcel Proust escribiendo a mano En Busca del Tiempo Perdido, sólo puedo pensar en la hueva, la jotería y el túnel carpiano. 

Tampoco me gustan las máquinas de escribir, aunque he de aceptar que en mis inicios literarios compré una Olivetti en el Office Depot de enfrente. La instalé en una mesita, prendí un cigarro y taca taca taca. Sentía que Hemingway y Bukowski hablaban a través de mis dedos. Eso, hasta que un vecino se quejó del ruido que hacía la máquina, porque obviamente no podía fumar dentro de mi casa (mi mamá no me dejaba). Después del encanto inicial, me di cuenta que era imposible borrar todas las idioteces que escribía, y el riesgo a que quedara evidencia de mi mediocridad y pésima ortografía era demasiado grande. Continúa leyendo De Músico, Católico y Frustrado