Es Birgilio, no Virgilio, se presentaba inventando una historia nueva cada vez que le preguntaban acerca de la b. Mi papá tenía fobia a la letra v. El del Registro Civil era disléxico. La b es mejor que la v. Y su favorita: la b es por Batman. Todas ellas estaban muy alejadas de la realidad. Mentía tanto que estaba convencido que logró olvidar el verdadero origen de su nombre, pero eso también era mentira: lo tenía tan presente que hacía miserable su existencia. La cruz de la b, escuché alguna vez que dijo.
Traía consigo una libretita donde apuntaba los nombres de las personas que, a su juicio, merecían morir. Cuando lo conocí, la libreta tenía en la portada el número B-12. En el día en que esta historia pasó, ya iba en la B-23. Yo estoy apuntado en la B-16 como el pendejo para la profilaxis, todo por no decirle de un perejil que tenía atorado en su diente. Las libretas eran sus posesiones más preciadas. Hoy las tiene guardadas en una caja de seguridad del banco, ya que en un incendio en su casa perdió de la B-1 a la B-5. La B-6 está llena de los nombres de todo el escuadrón de bomberos de la ciudad bajo la categoría de mangueras flácidas. Desde entonces no suelta nunca la libreta en turno y utilizaba esas descripciones para nunca olvidar el por qué odia a esas personas: jotillo inocuo que ni sus papás del Opus Dei se ofenden con tu homosexualidad, más insípida que la caca del osito Bimbo. Tan feo que ni un cura te violaría. Tan malo como un villano de novela de Televisa, sólo asustas a una india en la sierra.
Estábamos en una fiesta y Birgilio llevaba apuntados 17 nombres en la B-23 cuando conoció a Bictoria. Hola, le dijo, me llamo Bictoria, no Victoria. Birgilio quedó pasmado, pero inmediatamente asumió que se estaba burlando de él. Sacaba la B-23 para apuntarla cuando escuchó: la B es por Batichica. Birgilio, en un frenesí, soltó la B-23 sólo para esputar: Birgilio, con B de Batman.
Su cerebro se fue de paseo: sentía el suabe toque de su mano, las caricias de sus labios, el pelo de Bictoria oliendo a labanda. Imaginaba hacerla su nobia, hacerla suya, el amor, las B, tantas B, su Batichica. Casándose con ella, teniendo hijos: Bioleta, Bladimir y Bicente jugando boleibol en el berano. De repente, su mente le puso un alto abrupto. Ella estaba hablando.
Qué gracioso, dijo Bictoria mientras sonreía, ¿por qué te llamas así? Birgilio repasó todo su repertorio de mentiras y ninguna era lo suficiente para tal mujer, la mujer que lo entendía, la mujer que iba a ser suya. En ese momento lo decidió. Ella era la primera que sabría por qué es Birgilio con B y no con V. Pues, bueno, dijo temblando, honestamente eres a la primera persona que le voy a decir por qué me llamo así. De repente, como un ataque de diarrea, apareció un tipo entre él y el amor de su vida.
Mira, interrumpió Bictoria, te presento a mi esposo: Vernardo. Su mundo se vino abajo. De temblar de nervios, pasó a temblar de ira. Quería matarlo. Quería matarla. Vio en el piso la B-23 y la recogió. Me llamo Birgilio porque mi padre era un analfabeto funcional, dijo mientras apuntaba en la B-23: ataque de diarrea y la puta V.
Vuen ejercicio!
🙂