Juan era ateo. Coleccionaba artefactos, fotografías y juguetes antiguos para tener presente lo efímero de la existencia. Los mercadillos dominicales del barrio eran ideales para sus gustos. Mientras esculcaba un baúl encontró un instructivo desgastado, pero en buen estado. Su título: Cómo hacer una nube. Qué extraño, pensó mientras lo leía:
Hacer una nube es sencillo. El primer paso es esperar a que sea un día soleado y claro. A las doce del mediodía párese en un prado despejado, voltee hacia el cielo y alce los brazos a 75 grados. Señale con el dedo índice de la mano izquierda por más o menos cinco minutos (dependerá de las capacidades individuales) con la mayor concentración y condensación posible. Una vez que se empiece a formar la nube, haga una línea recta de no más de 25 metros y esponje al gusto.
Le pareció gracioso. Qué tontería hacer una nube, se dijo entre dientes. Aun así, se sintió obligado a comprarlo. Era ideal para su colección. Le costó quince pesos.
Mientras leía un libro, días después, pensó en su padre, y en cómo se veía tan raquítico en el ataúd. Se recordó a sí mismo en un trajecito que su madre aún guardaba. También, recordó el instructivo y unas ganas incontenibles de buscarlo surgieron en él. Al releerlo vio algo que no había leído antes:
Acotación: no estás jugando a ser dios. Te volverás dios.
Pensó que era demasiado dramático para un juego infantil. Se rio nervioso mientras lo guardaba de nuevo. Intentó seguir con su día pero el “te volverás dios” seguía grabado en su cabeza. Se repetía una y otra vez, sintiendo vergüenza de decirlo en voz alta al vacío de su casa.
Al amanecer notó que era un día soleado y claro. El reloj marcaba las diez de la mañana: el tiempo necesario para ir al prado más cercano. Después de estacionar su carro en la lateral de la autopista, se adentró un kilómetro. Volteó hacia el cielo alzando los brazos a lo que él adivinó que eran 75 grados. Extendió su dedo índice de la mano izquierda con la mayor concentración y condensación posible. Pasaron tres minutos. Nada. Se sentía estúpido por intentar hacer una nube, pero contento al menos de haberse alejado lo suficiente de la carretera: la posibilidad de ser visto lo llenaba de vergüenza.
Pero no bajó los brazos. A los cuatro minutos cincuenta y siete segundos, una pequeña nube se empezaba a formar. Juan quedó pasmado. Hizo una línea recta de dieciocho metros y la esponjó. No fue de su agrado. Intentó una segunda y una tercera, hasta perder la cuenta. Cada nube era mejor que la anterior. La última fue perfecta: parecía algodón que flotaba. No estaba jugando a ser dios. Era dios.
Las nubes volaron alejándose de él y recordó la última vez que habló con su padre. ¿Qué me dijo?, se preguntó a la vez que un vacío denso invadía su estómago. El sol justo encima de él hacía del cielo una bóveda cerúlea. La brisa silbaba entre las hierbas del monte mientras Juan se desvanecía.
*Este cuento fue la base para el cortometraje Cómo hacer una nube, co escrito por mí y Carlos Barquin. Se filmó en España en el 2014.