El siete de noviembre del 2000 estrené mi primer blog, por mera suerte. Y con ello, podría decirse, mi comienzo como escritor. Vivía en Gretna, un suburbio de Nueva Orleans. La sucesión de eventos que hicieron que terminara viviendo por un año en Estados Unidos se puede remontar a que comencé la primaria a los cinco años, en vez de los seis. Mi camino tortuoso por la pubertad y mis calificaciones mediocres en secundaria convencieron a mi mamá de que aún no estaba listo para entrar al bachillerato. Aprovechando que su hermana vivía allá desde 1991 y después de un cónclave en el que no tuve elección (pero cuyo resultado me emocionaba), se decidió que viviría allí por un año. Este camino se trazó primero para mi hermano un año mayor que yo. Nuestras experiencias no pudieron ser más opuestas. Mientras que para él la adolescencia fue una de crecimiento, belleza física y hormonas correspondidas, y su estancia norteamericana fue de encerrones en el baño con güeras enérgicas, deportes y camaradería vespertina, la mía fue de un único encerrón en el cuarto de la computadora y de una pubertad tardía.
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Halloween, 1993
En tercero de primaria, mi mamá me vistió de Drácula para el concurso del grado. El disfraz constaba de una capa negra con fondo rojo brillante que cubría mis hombros, y creaba un corbatín en el cuello, camisa blanca, pantalones largos, y unos colmillos de plástico. Para mejorar el efecto, pintó mi cara de blanco, de negro el contorno de mis ojos, y una simulación de sangre escurriendo del quicio de mis labios. Al verme espejo sentía que volaba de la emoción. Como último detalle, aplané mi pelo con una cantidad industrial de gel. Inadvertidamente fui un Bela Lugosi con raíces olmecas. Continúa leyendo Halloween, 1993
Aceite de Canola
La práctica del periodismo está llena de cínicos. Irónico: en la carrera éramos unos románticos. Todos esperábamos cambiar al mundo a través de nuestras palabras. El Pulitzer venía de la mano pero sin añorarlo: éramos altruistas y grandilocuentes. Sólo hacía falta que alguien nos hiciera caso y para ello buscábamos a la vieja guardia. Esos periodistas que aún no creían que twitter fuera a ser twitter y que las redes sociales sólo servían para ligar. Periodistas panzones, aficionados al chayote1, dependientes de los manuales editoriales y como dije, cínicos, porque eran poseedores de una de las grandes verdades del medio: no servimos para nada. Las amenazas que nos arrojaban los maestros con respecto a la pobreza económica nos parecía risible. Existen cosas más importantes que el dinero: existe la inmortalidad y también la inconsciencia de los estudiantes de una universidad privada. Continúa leyendo Aceite de Canola
Me Rompí El Brazo Jugando Fútbol
En sexto de primaria caí en cuenta que no me gustaba, y todo se lo debo a Vaselina, el musical. Desde antes ya había indicios que mi relación conmigo mismo iba a ser una llena de menosprecio, incomodidad y rechazo. En primero de primaria conocí a Fermín, un niño que sin temor a nada, le cortaba la cola a las lagartijas que tanto abundan en el pantano que es Verayork y, aún moviéndose por cuestiones químicas o qué sé yo, se las enseñaba a las niñas, que espantadas y gritando se le iban encima como borrachas a un stripper en despedida de soltera. Era el equivalente a tener carro a los 16 años. A mí me daban pavor las lagartijas, y las cucarachas, y el apocalipsis, y un cuadro de un payaso triste, y los OVNIS, y que mis papás se murieran, y los vegetales, y la señora de blanco, entre otras cosas. Mientras Fermín alegraba las posadas cortando colas de lagartijas, yo me preguntaba ¿por qué no puedo ser como él?
Uno de los momentos más difíciles de mi niñez fue cuando conocí por primera vez a Otro Rodrigo. A mi escasa edad, no sabía que los nombres se repetían, o al menos, el mío no. Fue traumático, porque el Otro Rodrigo usaba zapatos con suela de goma, lo que automáticamente lo hacía mil veces más cool e interesante que yo, con mis zapatos negros normales sin charol. Vislumbraba que mi mundo iba a estar lleno de gente mejor que yo. En una especie de catarsis tercermundista, me dediqué a hacerle hoyos a mi mesabanco hasta que la maestra le tuvo que decir a mi madre que no chingara, que ni los cadáveres del 68 tenían tantos agujeros. Con toda la vergüenza del mundo, mi madre tuvo que ir a la escuela por el mesabanco y por arte del capitalismo mexicano, arreglarlo a un módico precio. Entendí que mi futuro no iba a estar ni en PEMEX ni en Peñoles. Continúa leyendo Me Rompí El Brazo Jugando Fútbol
De Músico, Católico y Frustrado
No me gusta escribir a mano. Soy partidario al cien de mi adorado procesador de textos. Algunos románticos incautos argumentarán sin razón el vínculo, la simbiosis o yo que sé mamada, para defender la escritura arcaica. Cuando imagino a Marcel Proust escribiendo a mano En Busca del Tiempo Perdido, sólo puedo pensar en la hueva, la jotería y el túnel carpiano.
Tampoco me gustan las máquinas de escribir, aunque he de aceptar que en mis inicios literarios compré una Olivetti en el Office Depot de enfrente. La instalé en una mesita, prendí un cigarro y taca taca taca. Sentía que Hemingway y Bukowski hablaban a través de mis dedos. Eso, hasta que un vecino se quejó del ruido que hacía la máquina, porque obviamente no podía fumar dentro de mi casa (mi mamá no me dejaba). Después del encanto inicial, me di cuenta que era imposible borrar todas las idioteces que escribía, y el riesgo a que quedara evidencia de mi mediocridad y pésima ortografía era demasiado grande. Continúa leyendo De Músico, Católico y Frustrado
Burpees Con Una Pierna
Hago ejercicio casi a diario. No me pregunten por qué. Sé muy bien que no tendré el cuerpo de Brad Pitt en Fight Club. También sé que, gracias a mis genes defectuosos, tengo la gracia de un elefante al practicar cualquier deporte. Y no es que no haya intentado. No, señor, Pinche Rodrigo ha pasado por todas las disciplinas. Fútbol, que como gran pasión mía, lo hago mejor viéndolo desde mi sofá que desde las canchas. En el beisbol recibí más pelotazos en la cara de los que me gustaría aceptar. En la natación parecía manatí encallado. Y la única forma en la que me hubiera roto la nariz en el box, hubiera sido con un tropezón. Aún recuerdo que alguna vez, un entrenador insensible, me preguntó enojado por qué corría así. Yo no sabía que había otra forma de correr.
Entiendo perfectamente que tengo otras habilidades y aptitudes. Como leer y… así. Pero también entiendo, que si quiero salir de esta bohemia emocional, tengo que romper con mis paradigmas estacionarios. Y sí ayuda, ligeramente. Así que, siguiendo a mis allegados culturales – los cuales encuentran placer en maratones, triatlones y cargar cosas pesadas -, me uní a dichas actividades. Aunque para mí sea un martirio. Obviamente, siendo fan de la autodevaluación e ironía, no escogí ajedrez o matatenas o palillos chinos o croquet. Pinche Rodrigo hace entrenamiento militar norteamericano. Continúa leyendo Burpees Con Una Pierna
Solipsismo Burocrático
Hace cuatro años pasé más de nueve horas haciendo un trámite burocrático en Veracruz. Aún no entiendo cómo después de pasar un martirio como ese, existen personas que son capaces de regresar a sus casas y publicar frases positivas en Facebook. Supongo que contarán con un mecanismo de autodefensa superior al mío. Durante esas horas, mi cerebro se fue a pasear y mi cuerpo permaneció inerte en fila. Avanzando un paso cada dos años.
Debo explicarles que tengo una relación bastante cordial, pero distante,con mi cerebro. Mientras él responda a mis exigencias – escribir cuentos, saber que la capital de Djibouti es Djibouti, y algunos datos variados de fútbol – , yo dejo que haga lo que quiera. La bronca es que a veces se aventura a zonas bastante incómodas. Una vez, mientras hacía fila en el súper, se fue de paseo varios días y regresó convencido del nihilismo. Compadre, me decía, en vez de estar preocupándote por creer en algo, mejor no creamos en nada. Tuve que explicarle que su interpretación de Nietzsche era equivocada. Continúa leyendo Solipsismo Burocrático
Vórtex Farmacéutico
He estado en una mala racha. Algunos más miserables podrán argumentar que he estado en una mala vida. Pero me propuse ser más positivo o, al menos, ser menos negativo. Mi mala racha llegó a su cúspide hace un mes cuando enfermé de gripa, y aún sigo con ella. Esto significa que es la segunda relación más duradera que he tenido. Todas se me juntan.
Decidido a superar esta racha ignominiosa, en contra de mi usual ética paranoide , y tomando como estandarte esta afronta bronquial, decidí ir al doctor. Pero no, pinche Rodrigo, no podía ir con cualquier doctor. No. Me dije a mi mismo: mi mismo, ¿por qué pagar por alguien educado y formal, si puedes conseguir lo mismo, pero gratis?. Así que me encaminé a las consultas médicas gratuitas de las Farmacias del Ahorro. Dije yo, a darme un baño de pueblo. Continúa leyendo Vórtex Farmacéutico